Por: Sergio Alejandro Henao Ramirez
El Taita Guillermo nació en Putumayo, en Sibundoy, en el antiguo pueblo indígena Kamentsa Biyá, sabios conocedores de diversas plantas sagradas medicinales, entre ellas el Yagé. A los 10 años salió de la casa, porque en esos tiempos se era hombre a muy corta edad.
Comenzó a vagar por el mundo. Aunque mejor es decir, a cumplir su destino en el mundo. Pronto se encontró con quien sería su maestro, el reconocido curandero siona, finado Taita Pacho Piaguaje. Muchas fueron las cosas que aprendió de él, pero la más importante fue trabajar la sagrada medicina del Yagé. Quienes tuvieron el privilegio de ser seguidores y aprendices del finado Piaguaje, podrán dar cuenta de su exigencia. Tal como lo cuenta Taita Guillermo, el rigor de su maestro era implacable. Exigía compromiso, responsabilidad, entrega para la enseñanza que le estaba compartiendo.
La medicina
El Taita tiene plena conciencia de su saber. Ciencia o no a la luz de la epistemología occidental, el conocimiento de sus ancestros tiene una técnica, unos principios, unas formas de proceder –de acto y de palabra–, es decir, toda una amalgama de conocimientos que son los que permiten a los taitas, también conocidos como shamanes, curar y ayudar a las personas no solo en sus enfermedades orgánicas, sino también espirituales o mentales. Cada uno lo nombra de acuerdo a su sistema de creencias, pero lo cierto es que no cualquiera puede lo que puede un taita.
El Taita tiene plena conciencia de su saber. Ciencia o no a la luz de la epistemología occidental, el conocimiento de sus ancestros tiene una técnica, unos principios, unas formas de proceder –de acto y de palabra–, es decir, toda una amalgama de conocimientos que son los que permiten a los taitas, también conocidos como shamanes, curar y ayudar a las personas no solo en sus enfermedades orgánicas, sino también espirituales o mentales. Cada uno lo nombra de acuerdo a su sistema de creencias, pero lo cierto es que no cualquiera puede lo que puede un taita.
Tener conciencia de su saber quiere decir que el Taita, cuando caminas con él, reconoce cientos de especies de plantas curativas, y aquellas que por lo regular nombramos rastrojo o arvenses, él puede saber con exactitud sus propiedades, reacciones, contraindicaciones, ventajas, preparaciones. Lo sabe porque su forma de aprender es la más efectiva: probando. Hablo en presente porque el Taita nunca ha dejado de ser aprendiz, aunque es, con la propiedad que le confiere la edad y la experiencia, un maestro íntegro, un sabedor consumado. Su actitud es lo más parecido a un maestro socrático: la conversación, el caminar, el viajar, el reírse, el no presumir de sus saberes, es la manera como ha formado una personalidad sencilla, alegre, humilde pero digna.
El Taita
Al abuelo Guillermo rara vez lo ve uno con el rostro grave o amargo. Tiene por costumbre natural la sonrisa. Su gesto es amable, generoso. Ello gracias a que no ha hecho de sus conocimientos un altar para rendir culto ciego a su personalidad. No ha hecho de su nombre el bastión que acostumbran algunos, cuando merced a sus saberes erigen una muralla de la cual solo se percibe desde abajo egoísmo y soberbia.
Al abuelo Guillermo rara vez lo ve uno con el rostro grave o amargo. Tiene por costumbre natural la sonrisa. Su gesto es amable, generoso. Ello gracias a que no ha hecho de sus conocimientos un altar para rendir culto ciego a su personalidad. No ha hecho de su nombre el bastión que acostumbran algunos, cuando merced a sus saberes erigen una muralla de la cual solo se percibe desde abajo egoísmo y soberbia.
Es claro que nadie es monedita de oro, como dicen, para caer bien a todos. Pero me ha sorprendido, en las muchas oportunidades que le he visitado en el resguardo, y las veces que él ha venido a mi casa, que no habla mal de nadie. No denigra de sus iguales, agradece todo el tiempo. Dios es su palabra constante. Su segunda más común es aquella que expresa una sonrisa desinteresada.
Es raro, y algunos pensaran que hasta sospechoso, que uno solo tenga cosas buenas para decir de cualquier persona. Pues bien, en la medida de nuestra humanidad, cada cual suponga los errores que pueda tener este hombre. Insto a que con la vara que cada uno se mide, mida a los demás. De todos modos, por más defectos que pueda tener, no creo que logre superar el carisma y la calidez de su ser, que ha permitido que gente de todo el país lo rodeé y lo considere aparte de maestro, amigo y casi hasta padre.
Taita Guillermo no solo es un buen hombre, quien quiera que asista a él en busca de una sanación corroborará la fuerza y el empeño que pone en ayudar a quien lo necesita. Puede pasar toda una noche y todo un día asistiendo a sus pacientes, ayudándolos en los momentos más difíciles. Según el ritmo del ritual, el Taita baila, canta, hace música, realiza sanaciones, sin menguar en ningún instante la intención y el empeño.
Quienes hemos ido a su casa, podemos dar fe de que recibe a viajeros, caminantes, peregrinos, y les brinda techo sin pedir dinero a cambio. Comparte hasta aquello que le falta. No para de trabajar todo el día. Camina con el ímpetu de los antiguos charquis incas. No se doblega con facilidad. Ni siquiera en esos momentos de mayor exigencia física, emocional y espiritual.
Es verdad que nadie puede ver a través del corazón. Solo Dios. Pero Dios a veces nos regala seres para que comprendamos que su corazón está en las cosas más sencillas de la vida. El Taita es una de esas herramientas de Dios. Tal vez lo digo porque su oración, su rezo, es el más ecuánime y generoso que he podido escuchar nunca. Pide por todos por igual; por los pobres y los ricos; por los paracos, los guerrilleros, los militares; por los gobernadores, los alcaldes, obispos y arzobispos. Dice que todos tenemos defectos y errores, pero que ante Dios todos somos iguales. Porque, dice el Taita, "el que purifica la sangre y las almas es Dios del cielo".
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